28 de noviembre de 2015

Un cuento neoyorquino – Tercera Parte



¿Se acuerdan que luego de mi aventura en el tren subterráneo acabé en Jackson Heights, Queens para asistir a la Feria del Libro Hispana? Pues les cuento que, ubicada en el distrito más extenso de New York, Jackson Heights es una zona que vibra con los colores y sabores de todo el continente latinoamericano. Como en una realidad alternativa, donde varios países ocupan un mismo espacio, en una sola esquina te puedes encontrar con una panadería colombiana, una pollería ecuatoriana, y un restaurante uruguayo. Al pasear por aquellas explosivas calles pude comprender con todos mis sentidos por qué Queens es conocida como el área urbana más étnicamente diversa de todo el mundo. Impresionante, ¿verdad?
Aquella noche de sábado neoyorquina desembocó en un recorrido de memorables sitios que comenzó en el medio de Queens, dentro de un popular restaurante tailandés; continuó con una foto frente a una casa en pleno Bronx donde el grandioso Edgar Allan Poe escribió “Anabel Lee”; y acabó en un icóno cultural de Lower Manhattan, el ‘Nuroyican Poet’s Café’.
Como ya se podrán imaginar, la noche fue larga, así es que el domingo amanecí con los estragos de la diversión y con los achaques por no haberme abrigado bien. Fue difícil estar preparada para un día que comenzó muriendo del calor en las estaciones de metro y acabó con un recorrido por las calles neoyorquinas en plena madrugada. Pero ¿quién me quita lo bailado, cierto?
En fin, recién a las tres de la tarde tomé rumbo a la estación del metro. ¿Qué hacer ya a esa hora? Decidí tomar el tren en dirección a Brooklyn. Me encanta la espectacular vista de Manhattan que se puede disfrutar desde allí. Tomen nota de este tip entonces: para apreciar Manhattan en todo su esplendor, es necesario estar fuera del mismo.

Tomando la línea F (ya a estas alturas era toda una erudita en el subway), llegué hasta la estación de York Street. Caminando un par de cuadras, me encontré en una esquina que aloja dos sitios muy famosos para comer la clásica pizza neoyorquina, Grimaldi´s y Juliana’s. Grimaldi’s provine de una de las familias pioneras y con mayor prestigio en el mundo de la pizza. La persona que vendió este restaurante a una corporación y que luego se molestó con lo que hicieron de su negocio familiar, decidió poner una nueva pizzería (Juliana’s) al lado de su rival. Muy al estilo de las querellas culinarias de las familias italianas, la saga del origen de estas dos pizzerias y sus predecesoras, es deliciosamente apasionante.

 La fila para entrar a Grimaldi’s era el doble de la de Juliana’s. ¿Cuál piensan los turistas qué es el mejor lugar para comer la verdadera pizza neoyorquina? ¿Y cuál creen ustedes que es en verdad el mejor lugar? ¡Acertaron! La espera de treinta minutos en Juliana’s valió la pena y pude disfrutar de la pizza más deliciosa que he probado en la vida. Me comí una ‘pequeña’ yo solita de lo tan rica que estaba.
¡Imagínense como salí del lugar! Lo que más convenía era una caminata y qué mejor que
hacerla recorriendo Brooklyn Heights con el majestuoso ‘skyline’ de Manhattan como fondo y con la compañía de la refrescante brisa que subía juguetona desde el río. Hay bancas a lo largo de todo el paseo y uno se podría quedar horas contemplando aquella escena urbana, maravillándose de los logros de la humanidad y reflexionando sobre un millar de cosas. 
Pero la tarde animaba a seguir moviéndose así es que continué con una actividad imperdible y absolutamente gratuita… Recorrer el puente de Brooklyn con dirección a Manhattan. Era la tercera vez que cruzaba la icónica estructura. ¡Sí! Así de emocionante es la experiencia que no me canso de repetirla. Imagínense, ir caminando despacio por un paseo peatonal rodeados por el ruidoso e intenso tráfico neoyorquino - embotellamientos y bocinas incluidos - mientras se van acercando cada vez más a los imponentes edificios. Es como un encantamiento surrealista, reminiscente de aquel camino de ladrillos amarillos que desborda en el mágico mundo de Oz.
Mi último día en New York amaneció radiante. Primera parada: el Museo de Arte Moderno, el MoMA. Antes que nada, quise asegurarme de encontrar la única obra de Frida Kahlo que tienen en el lugar. Con guía en mano y una pregunta por aqui y por allá, lo pude conseguir. Creada en 1937, “Fulang-Chang y yo” es un autorretrato de Kahlo junto a un orangután bebé y en las anotaciones se puede leer que Diego y Frida tuvieron varias de estas mascotas como sustitutos de los hijos que nunca llegaron.
Luego de darme el gusto de analizar aquella obra con calma, recorrí sin apuro algunas de las otras salas encontrándome con obras de Pollock, Rembrandt, Van Gogh, Magritte, y Picasso. Hablando de este último, había una exhibición especial de una vasta colección de sus esculturas traídas desde varios sitios de España por lo que pude conocer su obra a fondo. Cerré la visita con broche de oro, dando una mirada rápida a la estridente exhibición de Andy Warhol que incluye sus íconicos cuadros de las sopas Campbell y de Marilyn Monroe. Media hora antes de que cerrara el museo, me senté en un jardín hermoso donde rodeada de flores, fuentes y pajaritos podía observar varias de las esculturas esparcidas en el verde lugar. Suena idílico, ¿verdad? ¡Pues así fue exactamente!
A unas cuantas cuadras del museo está uno de mis lugares favoritos en NYC, Rockefeller Center. Ya habían instalado la pista de patinaje de hielo y varias personas se deslizaban ante la mirada curiosa de turistas. Alrededor del lugar había unas decoraciones otoñales preciosas que tenían fascinados a todos, tanto así que nunca pude encontrar un rincón para tomar una foto sin que se entrometiera algún turista.   
Última parada: la taquilla de descuentos para shows de Broadway localizada en el medio de Times Square. En la misma, se puede conseguir buenos asientos para shows conocidos a mitad de precio. Lo único es que no se puede saber con anticipación lo que van a tener en descuento y tampoco piensen que van a conseguir entradas a los shows más populares. En mi caso, no me importaba realmente ver un show en particular. Lo que me interesaba era disfrutar de la ‘experiencia Broadway’.
Me decidí por el musical ‘Chicago’, una obra muy enérgica, con una trama llena de baile, escándalos y risas. Fue la manera ideal de despedirme de la ciudad; con luces, música, aplausos y rodeada de una multitud de extraños. Porque así es New York City: un show rápido, intenso, que me atrapó en el tornado de su acelerado ritmo, transmitiéndome su energía inigualable e impulsándome a regresar una y otra vez a vivir nuevas aventuras en aquel inmenso y urbano parque de diversiones.
    
Fotografías: Melanie Márquez Adams
Casa de Edgar Allan Poe - Luis Rodríguez @larophoto

6 de noviembre de 2015

Un cuento neoyorquino – Segunda Parte

Un cuento neoyorquino – Segunda Parte

Llegó el día de la inauguración de la IX Feria Hispana del Libro y aunque comenzaba en la noche, iba a tener lugar en Queens, un distrito neoyorquino que hasta ese momento permanecía como un sitio misterioso para mí. Decidí entonces no aventurar muy lejos, no fuera que la ráfaga neoyorquina me atrapara y no me diera cuenta de la hora o, peor aún, me perdiera por ahí y se me hiciera tarde.
Así es que luego, de mi café bien cargado y de un reconfortante sánduche caliente de queso – mi desayuno estrella durante mi estancia en la ciudad - salí a explorar los alrededores. Localizada en Washington Heights, el área consiste en un barrio universitario dentro de un barrio dominicano - o a lo mejor es viceversa – habría que investigar cual se estableció primero.

Fue de lo más interesante pasar frente al Hospital Presbiteriano viendo a toda clase de atractivos jóvenes con sus inmaculados mandiles, conversando o tomando un café. Sentí que había aterrizado en el medio de un episodio de ‘Grey’s Anatomy’ y que en cualquier rato saldría McDreamy, con su perfecta sonrisa, por las cristalinas puertas corredizas.
El hospital está rodeado de edificios de oficinas donde jóvenes científicos, estudiantes de doctorado en la Universidad de Columbia, trabajan como hormiguitas en sus cubículos investigando sobre temas tan complejos que les confieso apenas puedo recordar o pronunciar. Claudia sabe muy bien de lo que hablo. Siempre que la he visitado, una de las preguntas de rigor ha sido: ¿En qué me habías dicho que era tu doctorado amiga?  
Luego de abandonar este ambiente médico y académico - con tan solo cruzar una calle - me vi trasplantada desde un área totalmente Ivy League a una un tanto más criolla. Me encontré así con varias cuadras pobladas de restaurantes y tiendas – dotados de la alegre tonalidad dominicana - que ofrecían de todo un poco, desde planes módicos para servicios telefónicos hasta ropa con descuentos bárbaros. Apenas era medio día y ya había un tumulto de gente comprando y negociando por todos lados.
Claudia me había contado que en aquella zona podía conseguir una manicure por tan solo ocho dólares. Aquel precio me sonaba fantástico, totalmente reminiscente de lo que solía pagar en mi tierra. Cuando vivía en Guayaquil, podía darme el lujo de hacerme una manicure todas las semanas. Donde vivo ahora, solo lo puedo hacer de vez en cuando. Por eso, me pareció lo máximo estar sentada en pleno Manhattan y mimarme un poco sin acabar con el bolsillo en el proceso.
Una vez que mis manos estaban listas para lucirse, caminé un poco más mientras me imaginaba lo que sería vivir en un sitio así de movido. Mis sentidos se impregnaban de los olores a fritura, las coloridas calles y el abrumadoramente acelerado español de los dominicanos. Disfruté muchísimo de aquella explosión sensorial ya que, en el lugar donde vivo, el paisaje y sus habitantes conviven en absoluta parsimonia.  Está bien de vez en cuando meterse en el medio del revulú y gozar un rato.
Luego de mi experiencia neoyorquina-dominicana, regresé al apartamento a relajarme un poco y alistarme para la reunión con calma. Desde la ventana del cuarto de Claudia, podía contemplar el imponente río Hudson mientras me ponía al día con mis emails y practicaba un poco para mi lectura y presentación del día siguiente.
Estaba tan a gusto que se me fue el tiempo volando y se me hizo tarde. Para colmo, un par de minutos antes de salir, comenzó a caer una fuerte lluvia. ¿Se han dado cuenta a veces que justo cuando estamos de lo más apurados el universo decide jugarnos una broma?  Eso fue lo que sucedió ya que, al caprichoso clima, se le ocurrió en ese momento específico entretenerse con una tormenta que arruinó mis planes de una caminata tranquila y ligera hasta la estación del metro.
Por segunda vez en aquel viaje, tuve un momento Carrie cuando el paraguas que llevaba, se dobló completamente hacia arriba mojándome en el proceso. Ya mi amiga me había advertido que los paraguas no duran mucho en Nueva York. Pegué un chillido por supuesto y comencé a correr para evitar empaparme.
El siguiente reto: navegar correctamente por el metro hasta mi destino en Queens.  Para una persona como yo, despistada y con un sentido de orientación totalmente nulo, esa era una misión sumamente aterradora. ¡No exagero!
Los trenes estaban retrasados por la tormenta y de los parlantes salían voces - que apenas y si articulaban las palabras - explicando los desvíos, las líneas alternativas, y yo por supuesto, absolutamente a la deriva. Pero como dicen por ahí, preguntando se llega a Roma. Bueno, no sé si a Roma, pero definitivamente me sirvió para arribar a Queens.
Lo único que uno debe considerar, es que buena parte de las personas que están a tu alrededor en las estaciones o trenes, son también turistas, así es que puede ser que no tengan idea de cómo ayudarte. Hay que prestar atención para determinar quien tiene cara de auténtico newyorker.
¡Les doy una pista! Si ven a una señora mayor sola en el tren, lo más probable es que sea una ‘nativa’ de la ciudad. Por lo menos a mí me ha dado buen resultado. Así fue como acabé conversando con una señora de lo más agradable quien me explicó todo el recorrido que debía seguir hasta Queens y me repitió varias veces los números y colores de las líneas del tren. Definitivamente le di pena. Además, aprendí con ella algo muy útil. El círculo denota a los trenes con paradas locales y el diamante, a los que son express. ¡No lo olviden!     
   
¿Qué creen? A pesar del retraso en la salida, de la tormenta y de mi total desorientación, logré llegar a mi destino en Queens. Bajé por los escalones de la estación feliz, casi que saltando. Si me conocieran, sabrían por qué  algo tan simple como eso, significó una verdadera hazaña para mí. Dedico entonces la segunda parte de mi cuento neoyorquino a la señora del tren que ayudó a uno de los seres más despistados de este mundo a llegar sana y salva a la agitada Queens.
Los invito a seguirme acompañando en este relato neoyorquino. ¡Estén pendientes de la última parte de mi cuento viajero!

Créditos de las fotos:
1. George Washington Bridge. Google Maps. https://ssl.panoramio.com/photo/61783112
3. Subway Entrance in New York City. LeMoine, Eric. subway_entrance.jpg. September 13th, 2002. Pics4Learning. 30 Oct 2015