Bueno, me desperté aquel día y como nunca, estuve lista en 20 minutos. Estaba muy impaciente pero el amigo con el que estaba y yo decidimos caminar hasta el lugar para aprovechar el paseo y ver un poco de Amsterdam. Fue lindo ver las casitas con sus canales. Cuando veía pasar personas en bicicleta, me imaginaba a Ana paseando así por las calles de esa hermosa ciudad.
Por fin nos acercamos al lugar y nos encontramos con una gran fila. Nos fijamos entonces que la gente esperando daba toda la vuelta a la manzana. El corazón me comenzó a latir. Luego de 40 minutos ya estábamos en la entrada. Habían unos panfletos en varios idiomas que servirían de guía. En ese momento no comprendí por qué no había un tour dirigido, pero luego me di cuenta de la razón.
Comenzamos a recorrer las oficinas del edificio, los escritorios y fotos de los protectores de los Frank. Llegamos al librero que escondía la puerta secreta. Estaba abierta por supuesto y luego de ella nos esperaba la angosta escalera, conocida ya por fotos pero ahora estaba ahí, frente a mí. A partir de ese momento todo fue surrealista para mí. Era como estar flotando, lo que se siente en un sueño quizás. Algo que está y no está sucediendo.
No pude hablar con la persona que me acompañaba, no escuchaba a nadie. Caminaba y miraba las habitaciones casi sin pensar. Incluso ahora creo que en ese momento mi sentimiento no era de emoción, sino de culpa. Me sentía mal de estar invadiendo ese espacio, de irrespetar la intimidad de Ana y el resto de habitantes del escondite. Pasé por el cuarto de Ana sin detenerme a pensar que era ahí donde escribía en su diario, recorrí con mis ojos por inercia las fotos de los artistas de cine que tenía en sus paredes. El baño, la cocina, la sala, la habitación de los padres de Ana. Todo pasaba muy rápido, no había tiempo para meditar y darme cuenta de cada lugar por donde iba caminando.
La última parada fue el cuarto de Peter. Ahí donde Ana vivió un amor adolescente intensificado por el encierro. Una escalera llevaba hacia un pequeño desván. Pero no se podía subir. La entrada estaba sellada con un vidrio. Con eso se terminaba el recorrido del escondite. Seguí a la sala donde ponían videos de testimonios del padre de Ana y otras personas que la vieron en el campo de concentración donde pasó sus últimos días. De repente tuve la sensación de que me había perdido de algo importante. Busqué en la guía que había tomado a la entrada y leí que había un espejo en el desván por donde se podía mirar algo mágico.
Le dije a mi amigo que me esperara. Regresé rápidamente a la habitación, miré hacia arriba donde estaba el desván sellado con el vidrio y efectivamente había un espejo. En su reflejo se encontraba el castaño... Ese árbol tan mencionado en el diario, el cual Ana contemplaba para obtener alguna sensación de naturaleza y libertad. Me quedé en aquel lugar mirando el reflejo del castaño por 5 minutos, asimilando por fin donde estaba, lo que había visto, por donde había caminado. Agradecí a Dios por permitirme llegar hasta ahí y también agradecí a Ana por haberme inspirado con su diario a escribir. Le prometí que seguiría escribiendo siempre, aunque sea sólo para mí, pero que nunca dejaría de hacerlo. Esa será mi manera de honrar su memoria.
En la última sala había un mural de fotos que se realizó en el 2009 en conmemoración de los 80 años de Ana. Algunas fotos me eran familiares, otras era la primera vez que las veía. Ana como siempre, sonriendo. A los lados se podían leer testimonios de personas famosas que habían visitado la casa.
Y luego, una pequeña vitrina donde se veía un cuaderno de cubierta roja a cuadros. ¡El diario original! La escritura de Ana. No entendía lo que estaba escrito, porque estaba en holandés lógicamente, pero eso no importaba. ¡Estaba viendo una página escrita por Ana Frank! En ese momento toda la emoción contenida salió a través de mis lágrimas. Estaba viendo el diario escrito por Ana, ese diario que llegó hasta mí, en una de sus tantas ediciones, hacía casi 20 años. Un sentimiento inmenso se apoderó de mí y luego de eso no pude parar de sonreír por muchas horas.
¡Visitar "La casa de Ana Frank" fue una experiencia única en
mi vida la cual recordaré por siempre!