¿Se acuerdan que luego de mi aventura
en el tren subterráneo acabé en Jackson Heights, Queens para asistir a la Feria
del Libro Hispana? Pues les cuento que, ubicada en el distrito más extenso de
New York, Jackson Heights es una zona que vibra con los colores y sabores de
todo el continente latinoamericano. Como en una realidad alternativa, donde
varios países ocupan un mismo espacio, en una sola esquina te puedes encontrar
con una panadería colombiana, una pollería ecuatoriana, y un restaurante
uruguayo. Al pasear por aquellas explosivas calles pude comprender con todos
mis sentidos por qué Queens es conocida como el área urbana más étnicamente
diversa de todo el mundo. Impresionante, ¿verdad?
Aquella
noche de sábado neoyorquina desembocó en un recorrido de memorables sitios que
comenzó en el medio de Queens, dentro de un popular restaurante tailandés;
continuó con una foto frente a una casa en pleno Bronx donde el grandioso Edgar
Allan Poe escribió “Anabel Lee”; y acabó en un icóno cultural de Lower
Manhattan, el ‘Nuroyican Poet’s Café’.
Como
ya se podrán imaginar, la noche fue larga, así es que el domingo amanecí con
los estragos de la diversión y con los achaques por no haberme abrigado bien.
Fue difícil estar preparada para un día que comenzó muriendo del calor en las
estaciones de metro y acabó con un recorrido por las calles neoyorquinas en plena
madrugada. Pero ¿quién me quita lo bailado, cierto?
En
fin, recién a las tres de la tarde tomé rumbo a la estación del metro. ¿Qué
hacer ya a esa hora? Decidí tomar el tren en dirección a Brooklyn. Me encanta
la espectacular vista de Manhattan que se puede disfrutar desde allí. Tomen
nota de este tip entonces: para apreciar Manhattan en todo su esplendor, es
necesario estar fuera del mismo.
Tomando la línea F (ya a estas
alturas era toda una erudita en el subway), llegué hasta la estación de York
Street. Caminando un par de cuadras, me encontré en una esquina que aloja dos
sitios muy famosos para comer la clásica pizza neoyorquina, Grimaldi´s y
Juliana’s. Grimaldi’s provine de una de las familias pioneras y con mayor
prestigio en el mundo de la pizza. La persona que vendió este restaurante a una
corporación y que luego se molestó con lo que hicieron de su negocio familiar,
decidió poner una nueva pizzería (Juliana’s) al lado de su rival. Muy al estilo
de las querellas culinarias de las familias italianas, la saga del origen de
estas dos pizzerias y sus predecesoras, es deliciosamente apasionante.
La fila para entrar
a Grimaldi’s era el doble de la de Juliana’s. ¿Cuál piensan los turistas qué es
el mejor lugar para comer la verdadera pizza neoyorquina? ¿Y cuál creen ustedes
que es en verdad el mejor lugar? ¡Acertaron! La espera de treinta minutos en
Juliana’s valió la pena y pude disfrutar de la pizza más deliciosa que he
probado en la vida. Me comí una ‘pequeña’ yo solita de lo tan rica que estaba.
¡Imagínense como salí del lugar! Lo
que más convenía era una caminata y qué mejor que
Pero la tarde animaba a seguir moviéndose así es que
continué con una actividad imperdible y absolutamente gratuita… Recorrer el
puente de Brooklyn con dirección a Manhattan. Era la tercera vez que cruzaba la
icónica estructura. ¡Sí! Así de emocionante es la experiencia que no me canso
de repetirla. Imagínense, ir caminando despacio por un paseo peatonal rodeados
por el ruidoso e intenso tráfico neoyorquino - embotellamientos y bocinas incluidos
- mientras se van acercando cada vez más a los imponentes edificios. Es como un
encantamiento surrealista, reminiscente de aquel camino de ladrillos amarillos
que desborda en el mágico mundo de Oz.
Mi último día en New York amaneció
radiante. Primera parada: el Museo de Arte Moderno, el MoMA. Antes
que nada, quise asegurarme de encontrar la única obra de Frida Kahlo que tienen
en el lugar. Con guía en mano y una pregunta por aqui y por allá, lo pude
conseguir. Creada en 1937, “Fulang-Chang y yo” es un autorretrato de Kahlo
junto a un orangután bebé y en las anotaciones se puede leer que Diego y Frida
tuvieron varias de estas mascotas como sustitutos de los hijos que nunca
llegaron.
Luego de darme el gusto de analizar aquella obra con
calma, recorrí sin apuro algunas de las otras salas encontrándome con obras de
Pollock, Rembrandt, Van Gogh, Magritte, y Picasso. Hablando de este último,
había una exhibición especial de una vasta colección de sus esculturas traídas
desde varios sitios de España por lo que pude conocer su obra a fondo. Cerré la
visita con broche de oro, dando una mirada rápida a la estridente exhibición de
Andy Warhol que incluye sus íconicos cuadros de las sopas Campbell y de Marilyn
Monroe. Media hora antes de que cerrara el museo, me senté en un jardín hermoso
donde rodeada de flores, fuentes y pajaritos podía observar varias de las
esculturas esparcidas en el verde lugar. Suena idílico, ¿verdad? ¡Pues así fue
exactamente!
A unas cuantas cuadras del museo
está uno de mis lugares favoritos en NYC, Rockefeller Center. Ya habían
instalado la pista de patinaje de hielo y varias personas se deslizaban ante la
mirada curiosa de turistas. Alrededor del lugar había unas decoraciones
otoñales preciosas que tenían fascinados a todos, tanto así que nunca pude
encontrar un rincón para tomar una foto sin que se entrometiera algún turista.
Última parada: la taquilla de
descuentos para shows de Broadway localizada en el medio de Times Square. En
la misma, se puede conseguir buenos asientos para shows conocidos a mitad de
precio. Lo único es que no se puede saber con anticipación lo que van a tener
en descuento y tampoco piensen que van a conseguir entradas a los shows más
populares. En mi caso, no me importaba
realmente ver un show en particular. Lo que me interesaba era disfrutar de la ‘experiencia
Broadway’.
Me decidí por el musical ‘Chicago’, una obra muy
enérgica, con una trama llena de baile, escándalos y risas. Fue la manera ideal
de despedirme de la ciudad; con luces, música, aplausos y rodeada de una multitud
de extraños. Porque así es New York City: un show rápido, intenso, que me
atrapó en el tornado de su acelerado ritmo, transmitiéndome su energía
inigualable e impulsándome a regresar una y otra vez a vivir nuevas aventuras
en aquel inmenso y urbano parque de diversiones.
Fotografías: Melanie Márquez Adams
Casa de Edgar Allan Poe - Luis
Rodríguez @larophoto