Vuelo Fantástico
Voy caminando por la calle, y me fijo en que estoy completamente sola. ¿Dónde está todo el mundo? Miro hacia arriba y veo que el cielo irradia un color púrpura intenso, que ese edificio de más allá está como torcido, y ese otro también. ¡Qué raro! Pero si para comenzar yo nunca camino por las calles de mi ciudad. Me doy cuenta de lo absurdo que es todo y enseguida lo comprendo. - ¡Sí, eso es! – Significa que esta noche puedo visitarte otra vez.
Como siempre, en cada uno de esos extraños instantes en que soy consciente de lo poco que tiene sentido lo que me rodea, y que por lo tanto, cualquier cosa puede suceder, no dudo ni un instante en lo que quiero. Mi anhelo más simple pero el que le gana al resto de mis deseos imposibles, lo que ansío más que nada en este mundo: verte.
Cierro los ojos y me concentro, tomo impulso y salto como si me fuera a lanzar a una piscina. Pero no regreso al suelo, sino que me elevo en el aire hasta lo más alto de uno de los edificios torcidos y comienzo a volar. Continúo elevándome con los brazos extendidos hacia adelante y por abajo voy dejando cada vez más lejanos y diminutos los carros, las casas, los edificios, las luces. ¡Qué pequeño se ve todo!
Un cosquilleo travieso juguetea en mi estómago y me hace reír. El viento helado acaricia mi rostro y produce un sonido hueco al chocar contra mis oídos. Voy muy rápido pero trato de ir adivinando qué ciudad va pasando por debajo de mí. Ese edificio famoso, aquel puente inmenso; los paisajes y estructuras me van hablando de lugares en los que he estado y otros que conozco a través de imágenes e historias. Pero todas estas sensaciones maravillosas que experimento al volar, se opacan ante la emoción que siento por la posibilidad de pasar un momento a tu lado.
Finalmente, llego a mi destino. Desciendo lentamente en medio de la gran plaza de aquella ciudad fría con su gris persistente y ecos medievales. Disfruto por unos segundos de estar ahí, en ese lugar tan fundamental para mis recuerdos. Es de noche pero la luna lo ilumina todo con su blanco perfecto y brillante. Y regresa a mi memoria algo que me dijiste también en una noche, en esa plaza, poniendo a La Luna de testigo.
Pero no tengo tiempo para pensar en eso y me dirijo inmediatamente hacia los bloques de edificios de ladrillos vistosos. Los hay por decenas, todos iguales, ordinarios, pero uno de ellos es único y especial para mí. Me acerco. Toco el timbre en el solitario portal, pero nadie contesta. Toco otra vez. El corazón me late a mil pero sólo recibo silencio. Tengo que encontrarte pronto y la angustia comienza.
Empiezo a caminar y regreso a la plaza. Aparecen personas, así de repente. Antes no estaban pero ahora sí y yo prefiero que no estén. Busco tu rostro pero no lo encuentro. ¿Dónde estás?
Continúo mi búsqueda por las calles adoquinadas de tu ciudad. ¡Qué estrechas y resbaladizas son! Siento que impiden que te encuentre y me desespero. Pienso en ti y otra vez recuerdo tus palabras y la luna.
Veo que en la esquina hay un grupo de personas y, ¡No puede ser! Ahí está mi hermana, y sé que eso no es lógico pero claro, en este momento nada tiene sentido. Le cuento que te estoy buscando y ella me dice que te vio pasar, que siga por esa calle y me alejo con la creciente angustia consumiéndome, con el cuerpo cada vez más pesado, moviéndome apenas, pensando que quizás, como sucede algunas noches, no alcanzaré a verte. Empiezo a llorar y pienso en ti con todas mis fuerzas. ¡Aparece! Pronto tendré que regresar. ¡Aparece por favor!
Por fin te veo. A unos cuantos metros, tú, con tus ojos profundos y melancólicos. Llevas tu pantalón beige y tu suéter negro. Me miras como diciendo -Bueno, aquí me tienes - y siento que una dicha inmensa me ahoga. Me lanzo a tus brazos, demasiado brusca, demasiado impaciente, haciéndote daño porque no puedo dejar de apretarte. Te agarro, te huelo, te siento, y te pido que me digas - Mi niña, mi niña. ¡No dejes de decirlo! – Y ya sé que se acaba el tiempo, - ¡No por favor, un momento más! - Te doy un beso profundo y desesperado, y siento tu barba rasposa ardiendo en mi piel, tus labios, tu lengua, tu sabor cálido.
- ¡Otro minuto por favor! - Te sigo apretando y oliendo mientras todo se vuelve borroso y transparente a nuestro alrededor. Te vas deshaciendo en mis brazos y sé que te pierdo una vez más, y por dentro grito que no, que no me quiero ir, que me quiero quedar aquí.
Y como siempre, después de cada vuelo fantástico a tu ciudad y a tus brazos, despierto con lágrimas quemando mi rostro, con tu olor impregnado en mi piel y con el eco antiguo de tus palabras retumbando en mi mente, diciéndome que cada noche, mirando a la luna pensarías en mi y que sabrías que también yo la estaría mirando para saber de ti. La noche, La Luna y los dos.