Dice mi esposo que nunca en la vida
le ha pasado el tipo de cosas raras que ocurren cuando estamos juntos. Para que
juzguen ustedes mismos, qué es lo que mi esposo considera "cosas
raras", aquí les dejo un recuento de los eventos del día de ayer.
Ayer fue un "snow day" aquí
en la región donde vivimos en el Este del estado de Tennessee. Un "snow
day" tiene su lado simpático y divertido: se cancelan clases en
universidades y escuelas y algunas empresas deciden también cerrar sus puertas.
Niños y jóvenes sacuden el polvo de sus mini trineos, sofisticados o
improvisados, y ¡a resbalar por acolchadas colinas blancas se ha dicho!
Suena estupendo, ¿verdad?
Claro que sí, pero el 'yin' de este
evento natural, es que las calles y carreteras se tornan sumamente peligrosas y
las personas que se atreven a salir sin tomar las precauciones del caso, sobre
todo si se tienen vehículos pequeños, se arriesgan a resbalar por los caminos y
tener un accidente. También en otros casos, como la nieve tapa agujeros y
empinadas, puede ser que uno acabe con el auto hundido en un montón de nieve
sin posibilidad de moverlo. Ya ven cómo esto no suena muy divertido que
digamos.
En fin, ya que tenemos una semana
de haber regresado de la calurosa y soleada ciudad que me vio nacer, Guayaquil,
al ver toda esa nieve amontonada me emocioné por el contraste del paisaje que
golpeaba mis sentidos. Le pedí entonces a mi esposo, quien es de estos lados y
tiene amplia experiencia conduciendo en la nieve, que me llevara de paseo en su
camioneta. Tenía muchas ganas de ver el centro de la ciudad cubierto por el
helado manto, las ramas de los árboles adornadas por blancas guirnaldas y los
habitantes portando sus invernales galas. Quería caminar sobre la blanca nieve,
que mi cuerpo atrapado en capas de ropa de pies a cabeza, sintiera el
refrescante frío, luego del remesón de calor al que lo sometí por más de un mes
en un intenso clima tropical.
Atravesamos las heladas calles despacio
y con cuidado. Las montañas y el lago cerca de mi casa se veían en todo su
esplendor, sin nada que envidiar a postales de destinos europeos. Luego de ver
lo bonita que se mostraba la ciudad con su disfraz navideño atrasado, llegamos
a nuestro parque favorito para caminar. Había cinco pulgadas de nieve y al
parecer, éramos los únicos emprendedores en la locura o aventura de disfrutar
el paisaje del lugar. Caminábamos a paso lento y yo, al ritmo de una pesada
marcha, trataba de evitar resbalarme.
Cinco minutos dentro de nuestra
esponjosa caminata, descubrimos que no estábamos solos en el parque. A unos
metros de donde estábamos, se podía ver un auto cuya parte trasera estaba
hundida en la nieve. A un lado de la
puerta abierta - de pie y sin abrigo - una mujer sola, inmóvil, como suspendida
en el espeso silencio, miraba en nuestra dirección. Mi esposo me miró con cara
de incredulidad y me dijo alarmado, “Esa mujer no tiene ni piernas ni brazos.”
Al principio sonreí, pensando que
se trataba de un mal chiste, pero al ver la cara seria de mi esposo, volví a
mirar hacia el rincón del incidente, enfocando y prestando más atención. ¡No lo
podía creer! Los shorts de la mujer en cuestión, dejaban al descubierto dos
piernas prostéticas. De las mangas cortas de la camiseta solo sobresalía
espacio, transparencia… nada.
La absurdez del chocante cuadro me
hizo pensar que el frío había afectado nuestras mentes. Cerré y volví a abrir
los ojos, pensando que a lo mejor la alucinación desaparecería, pero no, ahí
seguía la sorprendente y extraña escena, desafiando e interrumpiendo la
circundante calma.
Desde la distancia segura que nos
separaba del sospechoso panorama, a viva voz mi esposo le preguntó si ya había
ayuda en camino. Con palabras arrastradas ella contestó que sí, preguntando además
si teníamos cadenas. Lamentablemente no era el caso. Mi esposo me dijo que si
en diez minutos no llegaba nadie a rescatarla, nos acercaríamos a ver qué
podíamos hacer por ella.
Sentíamos recelo obviamente. ¿Cómo podía ser que alguien en esas condiciones
haya decidido salir de paseo en su pequeño auto por un lugar que desbordaba
nieve sin llevar además ningún tipo de abrigo?
Parecía un episodio sacado de una de esas series de temas sobrenaturales
– uno en que las cosas no les van muy bien a los buenos samaritanos – así es
que crucé los dedos para que la ayuda llegara rápido y no tuviéramos que
acercarnos a la peculiar mujer.
Por suerte así fue y en cinco
minutos un joven, con la ayuda de cadenas y su camioneta, ya había sacado el
auto de la zanja. Continuó arrastrando
el vehículo, con su curioso ocupante dentro, por el camino empinado que llevaba
hacia la salida del parque. Yo no quise
mirar hacia el auto cuando pasó a nuestro lado. Sentí escalofríos. Mi esposo me
dijo que la mujer iba muy campante, como si no hubiera acabado de pasar una
situación de emergencia en el inclemente tiempo que azotaba aquel silencioso
rincón del mundo.
Ahora sí nos habíamos quedado
completamente solos, con la nieve, montañas, y el lago como únicos testigos de
que lo que había ocurrido y un gran signo de interrogación rebotando por encima
de nuestras cabezas.
Entonces queridos lectores, ¿piensan
ustedes que mi esposo tiene razón cuando habla de las cosas raras que ocurren
cuando estamos juntos?
Fotografía: Melanie Márquez Adams
Cherokee Park – Morristown,
Tennessee
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