1 de junio de 2016

Lo que pasó allí dentro




Los tres microrrelatos que pueden leer a continuación están unidos por la idea de lo peculiar dentro de sitios ordinarios. Espero que disfruten de su lectura.


Reencuentro en el subway


¡Nueva York! Intentas descifrar el mapa mientras evades cientos de codazos en el subway. Con ansiedad recuerdas como, varios meses atrás, una desconocida te rescató con indicaciones.


Un salto brusco desvía tu mirada al otro extremo del vagón donde encuentras a la misma chica que te ayudó hace un año. Tus ojos regresan al mapa en el siguiente salto. Sabes perfectamente que hay reencuentros que prefieren descansar en paz.



Conversación dentro de un spa en el este de Tennessee


—¡Qué lindo tu reloj! Me encanta Hello Kitty —dice la cosmetóloga.


—¡Gracias! No puedo creer que a mis años me siga gustando tanto —contesto, un tanto ruborizada.


—Hello Kitty es para todas las edades —dice la manicurista cincuentona.


—¡Claro que sí! —dice entusiasmada la peluquera—. Por eso estoy pensando en añadir a mi colección de rifles, uno de Hello Kitty.



Palabras de un sabio guardia cubano a mi ex novio alemán dentro de un estacionamiento en Miami

—Caballero, se le cayó la sonrisa.



@melmarquezadams


letrasdesdeeldesvan.blogspot.com

6 de mayo de 2016

La cajita

El relato a continuación fue trabajado como parte de un ejercicio propuesto en un taller de escritura.  A partir de un conflicto personal relacionado a un objeto, debíamos transferir los sentimientos provocados - sin mecionarlos explícitamente - al texto.

La cajita


—¡Qué linda cajita! —dice Mónica, haciendo girar el objeto de madera para admirar el tallado—. ¿Por qué la tienes refundida aquí en el cajón del velador?
—¿Te gusta? Puedes quedarte con ella si quieres —le contesto, intentando desviar la mirada de lo que sostiene.
—¿Estás segura? Pero si está muy bonita —insiste, mientras mira la caja por todos lados, como buscándole un defecto—. ¿Quién te la dio?
—Me la dio Andrés.
—¿Por tu cumpleaños? —pregunta mientras abre la caja. Supongo que estará pensando lo que puede guardar ahí adentro.
—No. Me la regaló así de repente —le digo, alzando los hombros—. Me contó que la vio en una vitrina y que le hizo pensar en mí.
—¡Qué detallazo! —dice mi amiga con un entusiasmo exagerado, aunque inmediatamente frunce el ceño —.  Pero entonces mujer, no entiendo. ¿Por qué te quieres deshacer de la caja?
—Hace un par de semanas —le cuento mientras me voy acercando al velador—, la mejor amiga de Andrés, la tal Rosa, me preguntó qué es lo que veo en él; que es el chico más huraño del mundo y qué cómo lo aguanto. Hago una pausa mientras arrebato el objeto de las manos de Mónica—. Entonces, yo le contesté que un hombre huraño no podría tener un detalle como el de regalarme espontáneamente esta cajita.
—¿Y eso que tiene que ver? —pregunta mi pobre amiga, más confundida que nunca.
—Mientras describía la caja a Rosa, vi cómo se le iluminaba el rostro. Entonces, luego de dispararme una sonrisita que dejaba ver sus dientes perfectos, me contó como en su último viaje de vacaciones, al pasar por una vitrina, algo llamó su atención. Se trataba de una cajita redonda de madera, la cual le hizo recordar a su mejor amigo. Supo que sería el suvenir perfecto. —Doy una última mirada a la caja y la devuelvo a su lugar; allí, en el rincón oscuro de aquel pequeño cajón.

11 de febrero de 2016

Ecos de una Escritora Modernista - Carmen de Burgos.



Comparto con ustedes un extracto de un trabajo que escribí para una clase de literatura española del siglo IXX. Descubrir a Carmen de Burgos fue realmente lo mejor de aquella clase. 



     La obra literaria femenina ha sido catalogada hasta el presente siglo como de segunda categoría y por lo tanto, marginada del círculo académico y canónico (Urioste 527).  Ann Kaplan comenta que al hacer una lectura de la literatura canónica como discurso social patriarcal originado dentro de los márgenes rígidos y jerarquizados de la academia, se descubre que las mujeres no han tenido representación dentro de dicho discurso ya que tampoco fueron consideradas como productoras del mismo (13).  Dentro de la práctica cultural a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX en España, a pesar de los cambios importantes que la sociedad estaba experimentando, en la mayor parte de los textos del período se sigue describiendo a la mujer desde la perspectiva masculina del autor y usualmente en relación a un personaje masculino (Urioste 527). 
     De acuerdo a Carmen de Urioste, a fines del siglo XIX, ante el tambaleo de los valores de la sociedad patriarcal, se hizo necesario cuestionar el rol pasivo y privado de la mujer española (528).  Las mujeres comenzaron a tomar conciencia de su situación de total dependencia que contrastaba con la liberación femenina que se estaba dando a nivel internacional.  A partir de esta concientización surgieron temas polémicos tales como el divorcio, los derechos cívicos y legales de las mujeres, y la sexualidad femenina, los cuales empezaron a plasmarse en la literatura y prensa de la época (Urioste 528).  Sin embargo, en una sociedad patriarcal por excelencia, no es de extrañar que la incorporación al diálogo sobre estos temas encontrara opositores y detractores, como lo refleja la siguiente cita de Gregorio Martínez Sierra correspondiente a 1917: “Pero, dirán ustedes, ¿no es el feminismo una doctrina desaforada, un sueño histérico de pobres solteronas feas, que desfogan la dolorosa ira de no haber encontrado puesto en la mesa del banquete del amor, rompiendo cristales a pedradas y reclamando a gritos por la calle el derecho a votar como los hombres?” (Citado en Urioste 528).
     Un gran ejemplo de la obra de la mujer que reacciona a pensamientos como el de Martínez Sierra, que ha ganado conciencia del ambiente socio-económico en que su género evoluciona y que está vinculada a la problemática que rodea los primeros intentos del feminismo se puede encontrar en los textos de Carmen de Burgos y Seguí, también conocida como “Colombine”, seudónimo con el que firmó algunas de sus obras.  A pesar de que Burgos vivió y escribió en el período modernista de España, es raramente mencionada en los estudios sobre este movimiento, así como no lo son tampoco otras escritoras mujeres (Johnson 66).  Sin embargo, Roberta Johnson argumenta que el caso de Burgos es especialmente relevante cuando se define el modernismo español en general y el rol de las escritoras mujeres dentro del mismo (66). 
     Wolff comenta en su ensayo “The Invisible Flaneuse: Women and the Literature of Modernity” que la literatura del modernismo describe la experiencia exclusiva del hombre y la esfera pública (Citada en Zubiaurre 59).  El modernismo enfatizaba la forma y la filosofía y no los fenómenos sociales tales como los cambios que experimentó el rol de la mujer en el mundo moderno.  El feminismo y la problemática de género eran tan solo temas marginales para los modernistas españoles. Maryellen Bieder argumenta que los escritores modernistas hombres se enfocaban primordialmente en preocupaciones artísticas mientras que las mujeres tendían a examinar la sociedad e indica que “Women’s quest for autonomy, authority, or financial freedom thus displaces the more abstract concerns of male authors” (252).  Johnson propone un concepto de modernismo que incluye el modernismo social en el cual Burgos participó (67) y concluye su artículo diciendo que “Her social modernism, especially within the context of contemporaneous Spanish society and literature, flies in the face of tradition and deserves a place alongside the modernisms of Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Azorín, Pérez de Ayala y Miró” (75).    
     La marginación de la obra de Burgos se da también en los estudios del grupo de escritores denominado como “Generación del 98”.  Sally Thornton observa que mientras muchos críticos argumentan que cualquier concepto de una generación unificada de autores es imposible de mantener dado los diversos estilos, filosofías y preocupaciones de los escritores, ninguno incluye a Carmen de Burgos en la conversación (214).  Michael Ugarte parece justificar la omision de la obra de Burgos del canon aludiendo a que la autora es mas bien marginal y observa que: “We find a need to include the Works of Burgos in the canon of Spanish literature, but they do not seem to fit…. Her concerns and the styles and genres in which she chooses to express them, are different” (Citado en Thornton 214).  Por supuesto que las preocupaciones de Burgos y su manera de expresarlas son diferentes dado que la escritora enfrenta la angustia y la dicotomía sobre la modernidad desde la perspectiva de la mujer oprimida por una sociedad patriarcal. Un escritor que se encuentra en los márgenes de la sociedad dominante puede entender la situación de los marginados y escribir desde su perspectiva. Una razón importante por la que Federico García Lorca logra plasmar en sus obras el entorno de opresión que enfrentaba la mujer española a inicios del siglo XX es precisamente porque su homosexualidad lo relegó también al margen.       
     La escritora Carmen de Burgos nació en Almería en 1867 y luego vivió en la ciudad de Rodalquilar donde gozó de una vida cómoda en el seno de una familia adinerada.  La madre de Burgos tenía apenas quince años cuando dio a luz a la escritora y tuvo en total diez hijos.  Aunque la familia esperaba que el primogénito sea un varón, Burgos no fue castigada intelectualmente durante su niñez por ser mujer.  En la mesa de la casa de los Burgos se podía encontrar frecuentemente libros, periódicos, y artículos y así mismo la familia discutía y debatía las últimas noticias del país (Cela 20). 
      Burgos se casó bastante joven (a los 16 años), y a pesar de la oposición de su familia, con el periodista Arturo Álvarez Bustos.  Sin embargo, se dio cuenta muy pronto de que no era una unión que le convenía.  Burgos concordaba con los valores de la época respecto al rol maternal de las mujeres, pero no compartía la idea de su esposo de que la mujer debía honrar constantemente a su pareja de tal manera que ella quedara permanentemente en segundo lugar y sin poder lograr nada por si misma (Cela 39).  Burgos dejó a su esposo en 1899 llevándose a su hija de cuatro años  “en medio del escándalo provinciano”. Se mudó a Madrid donde mantenía a su hija y a ella misma con su escritura y dando clases (Núñez Rey 14-16).    En 1908 inició una relación con Ramón Gómez de la Serna, veinte años menor a ella, con el cual colaboró y viajó hasta 1929 en unión libre y abierta lo cual fue algo excepcional para la época.  Como la primera mujer corresponsal extranjera, dio cobertura a la guerra entre España y Marruecos en 1909 y luego fue corresponsal de guerra durante la Primera Guerra Mundial (Johnson 67).     

     Su pasión por la educación y su profesión como instructora académica dieron forma a la vida de Burgos quien estudió arduamente para convertirse en profesora “in an era when few Spanish women received much formal education and even fewer had any professional training” (Bieder 241). El feminismo en España no experimentó el mismo desarrollo que en otros países europeos.  El término “feminismo” tenía connotaciones negativas y era usado para etiquetar “almost every proposed change in or challenge to the rigidly traditional roles” que se esperaba que las mujeres cumplieran (Bieder 242).  Ugarte asevera sin embargo que las mujeres escritoras “were not invisible, nor is it the case that the difficult conditions for women in the city were accepted without the slightest quarrel”.  Tambien señala las figuras de Burgos y Emilia Pardos Bazán y la lucha que enfrentaron como escritoras mujeres a inicios del siglo XX en Madrid (79). Burgos no fue una profesora universitaria como lo fue Pardo Bazán pero en cambio sí fue una de las primeras mujeres en ganar su sustento escribiendo novelas populares y artículos para periódicos.  Esto hace que sea una de las primeras mujeres escritoras de profesión (Nuñez Rey 22).  Burgos se convirtió en escritora en un momento ambiguo para la realización de las mujeres, pero ella encontró la manera de lograrlo.      

22 de enero de 2016

Cosas raras que ocurren cuando estamos juntos



Dice mi esposo que nunca en la vida le ha pasado el tipo de cosas raras que ocurren cuando estamos juntos. Para que juzguen ustedes mismos, qué es lo que mi esposo considera "cosas raras", aquí les dejo un recuento de los eventos del día de ayer.

Ayer fue un "snow day" aquí en la región donde vivimos en el Este del estado de Tennessee. Un "snow day" tiene su lado simpático y divertido: se cancelan clases en universidades y escuelas y algunas empresas deciden también cerrar sus puertas. Niños y jóvenes sacuden el polvo de sus mini trineos, sofisticados o improvisados, y ¡a resbalar por acolchadas colinas blancas se ha dicho!  Suena estupendo, ¿verdad?  

Claro que sí, pero el 'yin' de este evento natural, es que las calles y carreteras se tornan sumamente peligrosas y las personas que se atreven a salir sin tomar las precauciones del caso, sobre todo si se tienen vehículos pequeños, se arriesgan a resbalar por los caminos y tener un accidente. También en otros casos, como la nieve tapa agujeros y empinadas, puede ser que uno acabe con el auto hundido en un montón de nieve sin posibilidad de moverlo. Ya ven cómo esto no suena muy divertido que digamos.

En fin, ya que tenemos una semana de haber regresado de la calurosa y soleada ciudad que me vio nacer, Guayaquil, al ver toda esa nieve amontonada me emocioné por el contraste del paisaje que golpeaba mis sentidos. Le pedí entonces a mi esposo, quien es de estos lados y tiene amplia experiencia conduciendo en la nieve, que me llevara de paseo en su camioneta. Tenía muchas ganas de ver el centro de la ciudad cubierto por el helado manto, las ramas de los árboles adornadas por blancas guirnaldas y los habitantes portando sus invernales galas. Quería caminar sobre la blanca nieve, que mi cuerpo atrapado en capas de ropa de pies a cabeza, sintiera el refrescante frío, luego del remesón de calor al que lo sometí por más de un mes en un intenso clima tropical.

Atravesamos las heladas calles despacio y con cuidado. Las montañas y el lago cerca de mi casa se veían en todo su esplendor, sin nada que envidiar a postales de destinos europeos. Luego de ver lo bonita que se mostraba la ciudad con su disfraz navideño atrasado, llegamos a nuestro parque favorito para caminar. Había cinco pulgadas de nieve y al parecer, éramos los únicos emprendedores en la locura o aventura de disfrutar el paisaje del lugar. Caminábamos a paso lento y yo, al ritmo de una pesada marcha, trataba de evitar resbalarme.

Cinco minutos dentro de nuestra esponjosa caminata, descubrimos que no estábamos solos en el parque. A unos metros de donde estábamos, se podía ver un auto cuya parte trasera estaba hundida en la nieve.  A un lado de la puerta abierta - de pie y sin abrigo - una mujer sola, inmóvil, como suspendida en el espeso silencio, miraba en nuestra dirección. Mi esposo me miró con cara de incredulidad y me dijo alarmado, “Esa mujer no tiene ni piernas ni brazos.”

Al principio sonreí, pensando que se trataba de un mal chiste, pero al ver la cara seria de mi esposo, volví a mirar hacia el rincón del incidente, enfocando y prestando más atención. ¡No lo podía creer! Los shorts de la mujer en cuestión, dejaban al descubierto dos piernas prostéticas. De las mangas cortas de la camiseta solo sobresalía espacio, transparencia… nada.

La absurdez del chocante cuadro me hizo pensar que el frío había afectado nuestras mentes. Cerré y volví a abrir los ojos, pensando que a lo mejor la alucinación desaparecería, pero no, ahí seguía la sorprendente y extraña escena, desafiando e interrumpiendo la circundante calma.

Desde la distancia segura que nos separaba del sospechoso panorama, a viva voz mi esposo le preguntó si ya había ayuda en camino. Con palabras arrastradas ella contestó que sí, preguntando además si teníamos cadenas. Lamentablemente no era el caso. Mi esposo me dijo que si en diez minutos no llegaba nadie a rescatarla, nos acercaríamos a ver qué podíamos hacer por ella.

Sentíamos recelo obviamente.  ¿Cómo podía ser que alguien en esas condiciones haya decidido salir de paseo en su pequeño auto por un lugar que desbordaba nieve sin llevar además ningún tipo de abrigo?  Parecía un episodio sacado de una de esas series de temas sobrenaturales – uno en que las cosas no les van muy bien a los buenos samaritanos – así es que crucé los dedos para que la ayuda llegara rápido y no tuviéramos que acercarnos a la peculiar mujer.

Por suerte así fue y en cinco minutos un joven, con la ayuda de cadenas y su camioneta, ya había sacado el auto de la zanja.  Continuó arrastrando el vehículo, con su curioso ocupante dentro, por el camino empinado que llevaba hacia la salida del parque.  Yo no quise mirar hacia el auto cuando pasó a nuestro lado. Sentí escalofríos. Mi esposo me dijo que la mujer iba muy campante, como si no hubiera acabado de pasar una situación de emergencia en el inclemente tiempo que azotaba aquel silencioso rincón del mundo.

Ahora sí nos habíamos quedado completamente solos, con la nieve, montañas, y el lago como únicos testigos de que lo que había ocurrido y un gran signo de interrogación rebotando por encima de nuestras cabezas. 

Entonces queridos lectores, ¿piensan ustedes que mi esposo tiene razón cuando habla de las cosas raras que ocurren cuando estamos juntos?
 
Fotografía: Melanie Márquez Adams

Cherokee Park – Morristown, Tennessee

28 de noviembre de 2015

Un cuento neoyorquino – Tercera Parte



¿Se acuerdan que luego de mi aventura en el tren subterráneo acabé en Jackson Heights, Queens para asistir a la Feria del Libro Hispana? Pues les cuento que, ubicada en el distrito más extenso de New York, Jackson Heights es una zona que vibra con los colores y sabores de todo el continente latinoamericano. Como en una realidad alternativa, donde varios países ocupan un mismo espacio, en una sola esquina te puedes encontrar con una panadería colombiana, una pollería ecuatoriana, y un restaurante uruguayo. Al pasear por aquellas explosivas calles pude comprender con todos mis sentidos por qué Queens es conocida como el área urbana más étnicamente diversa de todo el mundo. Impresionante, ¿verdad?
Aquella noche de sábado neoyorquina desembocó en un recorrido de memorables sitios que comenzó en el medio de Queens, dentro de un popular restaurante tailandés; continuó con una foto frente a una casa en pleno Bronx donde el grandioso Edgar Allan Poe escribió “Anabel Lee”; y acabó en un icóno cultural de Lower Manhattan, el ‘Nuroyican Poet’s Café’.
Como ya se podrán imaginar, la noche fue larga, así es que el domingo amanecí con los estragos de la diversión y con los achaques por no haberme abrigado bien. Fue difícil estar preparada para un día que comenzó muriendo del calor en las estaciones de metro y acabó con un recorrido por las calles neoyorquinas en plena madrugada. Pero ¿quién me quita lo bailado, cierto?
En fin, recién a las tres de la tarde tomé rumbo a la estación del metro. ¿Qué hacer ya a esa hora? Decidí tomar el tren en dirección a Brooklyn. Me encanta la espectacular vista de Manhattan que se puede disfrutar desde allí. Tomen nota de este tip entonces: para apreciar Manhattan en todo su esplendor, es necesario estar fuera del mismo.

Tomando la línea F (ya a estas alturas era toda una erudita en el subway), llegué hasta la estación de York Street. Caminando un par de cuadras, me encontré en una esquina que aloja dos sitios muy famosos para comer la clásica pizza neoyorquina, Grimaldi´s y Juliana’s. Grimaldi’s provine de una de las familias pioneras y con mayor prestigio en el mundo de la pizza. La persona que vendió este restaurante a una corporación y que luego se molestó con lo que hicieron de su negocio familiar, decidió poner una nueva pizzería (Juliana’s) al lado de su rival. Muy al estilo de las querellas culinarias de las familias italianas, la saga del origen de estas dos pizzerias y sus predecesoras, es deliciosamente apasionante.

 La fila para entrar a Grimaldi’s era el doble de la de Juliana’s. ¿Cuál piensan los turistas qué es el mejor lugar para comer la verdadera pizza neoyorquina? ¿Y cuál creen ustedes que es en verdad el mejor lugar? ¡Acertaron! La espera de treinta minutos en Juliana’s valió la pena y pude disfrutar de la pizza más deliciosa que he probado en la vida. Me comí una ‘pequeña’ yo solita de lo tan rica que estaba.
¡Imagínense como salí del lugar! Lo que más convenía era una caminata y qué mejor que
hacerla recorriendo Brooklyn Heights con el majestuoso ‘skyline’ de Manhattan como fondo y con la compañía de la refrescante brisa que subía juguetona desde el río. Hay bancas a lo largo de todo el paseo y uno se podría quedar horas contemplando aquella escena urbana, maravillándose de los logros de la humanidad y reflexionando sobre un millar de cosas. 
Pero la tarde animaba a seguir moviéndose así es que continué con una actividad imperdible y absolutamente gratuita… Recorrer el puente de Brooklyn con dirección a Manhattan. Era la tercera vez que cruzaba la icónica estructura. ¡Sí! Así de emocionante es la experiencia que no me canso de repetirla. Imagínense, ir caminando despacio por un paseo peatonal rodeados por el ruidoso e intenso tráfico neoyorquino - embotellamientos y bocinas incluidos - mientras se van acercando cada vez más a los imponentes edificios. Es como un encantamiento surrealista, reminiscente de aquel camino de ladrillos amarillos que desborda en el mágico mundo de Oz.
Mi último día en New York amaneció radiante. Primera parada: el Museo de Arte Moderno, el MoMA. Antes que nada, quise asegurarme de encontrar la única obra de Frida Kahlo que tienen en el lugar. Con guía en mano y una pregunta por aqui y por allá, lo pude conseguir. Creada en 1937, “Fulang-Chang y yo” es un autorretrato de Kahlo junto a un orangután bebé y en las anotaciones se puede leer que Diego y Frida tuvieron varias de estas mascotas como sustitutos de los hijos que nunca llegaron.
Luego de darme el gusto de analizar aquella obra con calma, recorrí sin apuro algunas de las otras salas encontrándome con obras de Pollock, Rembrandt, Van Gogh, Magritte, y Picasso. Hablando de este último, había una exhibición especial de una vasta colección de sus esculturas traídas desde varios sitios de España por lo que pude conocer su obra a fondo. Cerré la visita con broche de oro, dando una mirada rápida a la estridente exhibición de Andy Warhol que incluye sus íconicos cuadros de las sopas Campbell y de Marilyn Monroe. Media hora antes de que cerrara el museo, me senté en un jardín hermoso donde rodeada de flores, fuentes y pajaritos podía observar varias de las esculturas esparcidas en el verde lugar. Suena idílico, ¿verdad? ¡Pues así fue exactamente!
A unas cuantas cuadras del museo está uno de mis lugares favoritos en NYC, Rockefeller Center. Ya habían instalado la pista de patinaje de hielo y varias personas se deslizaban ante la mirada curiosa de turistas. Alrededor del lugar había unas decoraciones otoñales preciosas que tenían fascinados a todos, tanto así que nunca pude encontrar un rincón para tomar una foto sin que se entrometiera algún turista.   
Última parada: la taquilla de descuentos para shows de Broadway localizada en el medio de Times Square. En la misma, se puede conseguir buenos asientos para shows conocidos a mitad de precio. Lo único es que no se puede saber con anticipación lo que van a tener en descuento y tampoco piensen que van a conseguir entradas a los shows más populares. En mi caso, no me importaba realmente ver un show en particular. Lo que me interesaba era disfrutar de la ‘experiencia Broadway’.
Me decidí por el musical ‘Chicago’, una obra muy enérgica, con una trama llena de baile, escándalos y risas. Fue la manera ideal de despedirme de la ciudad; con luces, música, aplausos y rodeada de una multitud de extraños. Porque así es New York City: un show rápido, intenso, que me atrapó en el tornado de su acelerado ritmo, transmitiéndome su energía inigualable e impulsándome a regresar una y otra vez a vivir nuevas aventuras en aquel inmenso y urbano parque de diversiones.
    
Fotografías: Melanie Márquez Adams
Casa de Edgar Allan Poe - Luis Rodríguez @larophoto

6 de noviembre de 2015

Un cuento neoyorquino – Segunda Parte

Un cuento neoyorquino – Segunda Parte

Llegó el día de la inauguración de la IX Feria Hispana del Libro y aunque comenzaba en la noche, iba a tener lugar en Queens, un distrito neoyorquino que hasta ese momento permanecía como un sitio misterioso para mí. Decidí entonces no aventurar muy lejos, no fuera que la ráfaga neoyorquina me atrapara y no me diera cuenta de la hora o, peor aún, me perdiera por ahí y se me hiciera tarde.
Así es que luego, de mi café bien cargado y de un reconfortante sánduche caliente de queso – mi desayuno estrella durante mi estancia en la ciudad - salí a explorar los alrededores. Localizada en Washington Heights, el área consiste en un barrio universitario dentro de un barrio dominicano - o a lo mejor es viceversa – habría que investigar cual se estableció primero.

Fue de lo más interesante pasar frente al Hospital Presbiteriano viendo a toda clase de atractivos jóvenes con sus inmaculados mandiles, conversando o tomando un café. Sentí que había aterrizado en el medio de un episodio de ‘Grey’s Anatomy’ y que en cualquier rato saldría McDreamy, con su perfecta sonrisa, por las cristalinas puertas corredizas.
El hospital está rodeado de edificios de oficinas donde jóvenes científicos, estudiantes de doctorado en la Universidad de Columbia, trabajan como hormiguitas en sus cubículos investigando sobre temas tan complejos que les confieso apenas puedo recordar o pronunciar. Claudia sabe muy bien de lo que hablo. Siempre que la he visitado, una de las preguntas de rigor ha sido: ¿En qué me habías dicho que era tu doctorado amiga?  
Luego de abandonar este ambiente médico y académico - con tan solo cruzar una calle - me vi trasplantada desde un área totalmente Ivy League a una un tanto más criolla. Me encontré así con varias cuadras pobladas de restaurantes y tiendas – dotados de la alegre tonalidad dominicana - que ofrecían de todo un poco, desde planes módicos para servicios telefónicos hasta ropa con descuentos bárbaros. Apenas era medio día y ya había un tumulto de gente comprando y negociando por todos lados.
Claudia me había contado que en aquella zona podía conseguir una manicure por tan solo ocho dólares. Aquel precio me sonaba fantástico, totalmente reminiscente de lo que solía pagar en mi tierra. Cuando vivía en Guayaquil, podía darme el lujo de hacerme una manicure todas las semanas. Donde vivo ahora, solo lo puedo hacer de vez en cuando. Por eso, me pareció lo máximo estar sentada en pleno Manhattan y mimarme un poco sin acabar con el bolsillo en el proceso.
Una vez que mis manos estaban listas para lucirse, caminé un poco más mientras me imaginaba lo que sería vivir en un sitio así de movido. Mis sentidos se impregnaban de los olores a fritura, las coloridas calles y el abrumadoramente acelerado español de los dominicanos. Disfruté muchísimo de aquella explosión sensorial ya que, en el lugar donde vivo, el paisaje y sus habitantes conviven en absoluta parsimonia.  Está bien de vez en cuando meterse en el medio del revulú y gozar un rato.
Luego de mi experiencia neoyorquina-dominicana, regresé al apartamento a relajarme un poco y alistarme para la reunión con calma. Desde la ventana del cuarto de Claudia, podía contemplar el imponente río Hudson mientras me ponía al día con mis emails y practicaba un poco para mi lectura y presentación del día siguiente.
Estaba tan a gusto que se me fue el tiempo volando y se me hizo tarde. Para colmo, un par de minutos antes de salir, comenzó a caer una fuerte lluvia. ¿Se han dado cuenta a veces que justo cuando estamos de lo más apurados el universo decide jugarnos una broma?  Eso fue lo que sucedió ya que, al caprichoso clima, se le ocurrió en ese momento específico entretenerse con una tormenta que arruinó mis planes de una caminata tranquila y ligera hasta la estación del metro.
Por segunda vez en aquel viaje, tuve un momento Carrie cuando el paraguas que llevaba, se dobló completamente hacia arriba mojándome en el proceso. Ya mi amiga me había advertido que los paraguas no duran mucho en Nueva York. Pegué un chillido por supuesto y comencé a correr para evitar empaparme.
El siguiente reto: navegar correctamente por el metro hasta mi destino en Queens.  Para una persona como yo, despistada y con un sentido de orientación totalmente nulo, esa era una misión sumamente aterradora. ¡No exagero!
Los trenes estaban retrasados por la tormenta y de los parlantes salían voces - que apenas y si articulaban las palabras - explicando los desvíos, las líneas alternativas, y yo por supuesto, absolutamente a la deriva. Pero como dicen por ahí, preguntando se llega a Roma. Bueno, no sé si a Roma, pero definitivamente me sirvió para arribar a Queens.
Lo único que uno debe considerar, es que buena parte de las personas que están a tu alrededor en las estaciones o trenes, son también turistas, así es que puede ser que no tengan idea de cómo ayudarte. Hay que prestar atención para determinar quien tiene cara de auténtico newyorker.
¡Les doy una pista! Si ven a una señora mayor sola en el tren, lo más probable es que sea una ‘nativa’ de la ciudad. Por lo menos a mí me ha dado buen resultado. Así fue como acabé conversando con una señora de lo más agradable quien me explicó todo el recorrido que debía seguir hasta Queens y me repitió varias veces los números y colores de las líneas del tren. Definitivamente le di pena. Además, aprendí con ella algo muy útil. El círculo denota a los trenes con paradas locales y el diamante, a los que son express. ¡No lo olviden!     
   
¿Qué creen? A pesar del retraso en la salida, de la tormenta y de mi total desorientación, logré llegar a mi destino en Queens. Bajé por los escalones de la estación feliz, casi que saltando. Si me conocieran, sabrían por qué  algo tan simple como eso, significó una verdadera hazaña para mí. Dedico entonces la segunda parte de mi cuento neoyorquino a la señora del tren que ayudó a uno de los seres más despistados de este mundo a llegar sana y salva a la agitada Queens.
Los invito a seguirme acompañando en este relato neoyorquino. ¡Estén pendientes de la última parte de mi cuento viajero!

Créditos de las fotos:
1. George Washington Bridge. Google Maps. https://ssl.panoramio.com/photo/61783112
3. Subway Entrance in New York City. LeMoine, Eric. subway_entrance.jpg. September 13th, 2002. Pics4Learning. 30 Oct 2015